Durante los siguientes veinte minutos trato de decidir que voy a comer, si dibujar un rato antes de acostarme o ver una película.
Cuando una luz a lo lejos me despabila, me pongo en pie y veo venir el colectivo. Bajo el cordón y estiro mi brazo, ese movimiento me recuerda el frío que hace.
Y sin importarle nada, el chófer no detiene su marcha, me deja ahí parado esperando.
¿Cuánto tiempo más? Otros 20 minutos, o quizás mas.
Me irrito mucho, el frío hace que mi enojo sea aún mayor. Decido volver a mi puesto en el cantero, ahí el árbol por lo menos ataja el viento.
Me quedo pensando por que no paró, me doy cuenta que hay tantas cosas en este mundo que tendrían que ser y no son, que no tiene sentido pretender algo o siquiera tratar de entender la decisión arbitraria de un chofer de colectivos.
Me abrazo a mi mismo, froto mis manos contra mi espalda para intentar darme calor, y en eso algo vuelve a captar mi atención.
Doy un salto, si es el colectivo de nuevo me le cruzo delante, pero en esta ocasión para. Pienso.
Y no, a unos metros viene a paso de hombre un patrullero. En su interior dos policías, uno come pizza sin el cinturón puesto quizás sea por su panza fofa, el otro, el que maneja va hablando por celular.
No me doy cuenta y sigo el patrullero con mirada fija hacia sus ocupantes, el cruce de miradas con el oficial que come pizza me hace dar cuenta. Tras muchos años caigo y pienso, el podría bajar del auto pedirme que me identifique, si quiere podría palparme y ver que llevo, y la pregunta es, ¿porqué? que lo hace mas honesto, mas confiable que yo o cualquiera de los demás hombres y mujeres de este mundo.
No creo que el tenga una marca que lo haga distinto a nadie. Pienso en la posibilidad de ir arbitrariamente detenido por mi aspecto, mi rostro o algún detalle que a él le moleste.
Encerrarnos, interrogarnos, acusarnos y ¿por que?
El mira para otro lado si le conviene, si es rentable.
Miles de posibilidades pasan por mi cabeza, por primera vez en años entiendo lo que representa darle a un hombre el poder de vigilar y controlar a los demás hombres.
Mientras todo eso pasa por mi cabeza el policía me sigue con la mirada, quizás este pensando si detenerse o no, por ahí, el frió y la pizza lo disuaden de bajar.
Es en ese momento es que veo a lo lejos venir otro colectivo, me bajo del cordón, casi en el medio de la calle detengo el colectivo.
Ya no es por el frió, no es por que tenga que cocinar o nada de eso.
No puedo sacar de mi cabeza las posibilidades que hay si pasa otro patrullero.
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